Muchos padres se avergüezan de lo hijos drogados. La marginación empieza entre las paredes de la casa; se trata de un instinto de naturaleza conservadora, que se transmite de una generación a otra, como las armas antiguas que se cuelgan en las paredes; sirve para mantener la integridad de la familia, su sano aspecto exterior, y se disparan en el momento en que aparece en nuestro círculo la desgracia de un hijo distinto.
"Yo, que no tengo nada que perder, sino más bien todas la de ganar, no me avergüenzo de tí. He decidido incluso decirlo publicamente: ¿recordáis aquella hija mía, guapa, joven, de carina fina y ojos risueños? Pues bien, ha llegado a pincharse hasta dos gramos de heroína al día. Y ¿veis a este hombre, un buen hombre, un periodista honesto, siempre del lado de los oprimidos y por lo tanto inscrito en el PCI, activista militante, con un sueldo de la RAI y sus poesías en el cajón? Pues bien, tiene una hija drogadicta."
Elementos suficientes para hacer reflexionar a una sociedad indiferente.
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